CUENTO DE PLANETAS
Maika era una ovejita que vivía en un planeta de tamaño
mediano, Ruth. La órbita de Ruth tenía un ciclo corto, y la estrella alrededor
de la cual orbitaba se llamaba Rex. Las compañeras de Maika, de todos los
tamaños, la mayoría blancas pero alguna también negra, pastureaban con ella por
los prados y valles, que de tanto pisarlos les parecían ya menos verdes. A
menudo otros paisajes más lejanos se les antojaban más apetecibles al verse de
un verde más intenso, pero a medida que se habían acercado a esas lejanas
praderas el verde se tornaba amarillento, como un eterno espejismo.
Un día, la órbita de Ruth y la órbita del planeta Lak se
cruzaron. El planeta Lak estaba habitado por caballos salvajes de todos los
colores. Galopaban por las montañas, se bañaban en los ríos y lagos y a veces
se sentían abatidos de tanto galopar sin rumbo fijo. Cuando divisaron el
planeta Ruth con sus prados cuidados y sus bonitas casas de techos rojos, todos
los caballos de la montaña se quedaron mirándolo como algo bonito pero lejano a
ellos, y prosiguieron sus andaduras. Todos menos uno, Kral, que vio a Maika
mirándolo con sus ojos de ovejita asustada muy abiertos.
Durante los cinco días en los que Ruth y Lak estuvieron lo
suficientemente cerca como para que sus respectivos habitantes pudieran divisarse
mutuamente, Kral y Maika no dejaron de observarse con fascinación, y ambos se
preguntaron sin cesar si serían capaces de dar un salto tan alto como para
cruzar el vacío que separaba sus planetas. Ninguno de los dos sabía si serían
capaces de vivir en unas condiciones tan distintas a las suyas, si esa
fascinación no acabaría convirtiéndose en desengaño. También eran conscientes
de que una oveja no sería bien vista por los habitantes de Lak, y de que un caballo
sería visto como algo extraño por las ovejas de Ruth.
Al término de los cinco días, Kral y Maika sabían que sus
órbitas ya no volverían a cruzarse, y que si decidían tomar una decisión,
tenían que tomarla ya. Mirándose fijamente a los ojos para darse ánimos
mutuamente, cogieron carrerilla a la vez y dieron un gran salto… Que no fue
suficiente para alcanzar el otro planeta. Maika y Kral sintieron como iban
cayendo en el vacío, acercándose peligrosamente a un enorme agujero negro.
Cuando ya habían perdido toda esperanza, y casi se arrepentían de haberse
arriesgado de esa forma, de repente aterrizaron en un pequeño planeta de color
lila, tan pequeño que no tenía nombre.
Kral y Maika lo bautizaron con el nombre de Buk,
y lo hicieron habitable, a su medida. Les costó un tiempo acostumbrarse uno al
otro y a aceptar sus costumbres y hábitos respectivos, adquiridos a lo largo de
los años. Pero nunca se arrepientieron de haber dado aquel gran salto, el salto
al vacío.